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miércoles, 4 de febrero de 2009

Isla del Sol -Bolivia-



En estos años de viaje conocí lugares muy exóticos, y extraños, en algunos parajes escondidos de esta, nuestra Latinoamérica querida. Pero pocos lugares se me vienen a la memoria cuando pienso en un lugar exótico como la Isla del Sol, en Bolivia. Mi primer viaje para allá fue en febrero del 2008 y sinceramente quedé encantado con el imponente Lago Titicaca (que es el lago a mayor altura del mundo), con su clima frío pero a la vez soleado, con su templo del sol, donde hace ya siglos y siglos las comunidades Aymarás y Quéchuas que viven en la zona hacen sacrificios de comida y bebida a la generosa Pachamama en agradecimiento por los buenos tiempos, y pidiendo por otro año fructífero. Aquí no faltan las hojas de coca (indispensable para la dieta de los pueblos originarios que viven dentro de la actual Bolivia) ni la chicha (bebida típica de Bolivia y del Perú que se hace a base del maíz fermentado). Al ver las casitas de adobe que adornan a la isla se puede sentir el espíritu de siglos y siglos de tradiciones que parecen perdidas entre el inmenso lago. Mi segundo viaje a la isla fue hace un poco menos, en agosto del 2008, si mal no recuerdo. Este fue un viaje especial porque además me acompañaba mi amiga Sol, y pese a los malos momentos que vivimos en La Paz (donde nos robaron una mochila con todos mis documentos y dinero), seguimos el viaje. El día de ese viaje fue tan extraño como al lugar que íbamos, porque ya llegando a San Pedro de Tiquína (un puerto en donde se cruzan los buses a través de lanchas para que sigan viaje) pudimos presenciar una nevada hermosa, hermosa e inesperada porque el día estaba bastante bueno a pesar del frío. Luego de este espectáculo precioso llegamos a Copacabana (no, no es la playita de Brasil ese es otro Copacabana, esta es la playita de Bolivia a orillas del lago) y desde ahí, regateando como lauchas a un hombre para que nos lleve a los dos por menos plata pudimos cerrar el trato. Una hora y veinte, o una hora y pico duró la travesía acuática, con mucho frío, moco colgando y dientes que tiritaban, pero finalmente llegamos a destino. Subimos la interminable escalera del sol, que es tan bella como agotadora y cuando recién llegamos a la zona sur de la isla mi amiga Sol se queda comiendo un sándwich en un pequeño local y me dice que después me alcanza que vaya a recorrer tranquilo. Recorrí bastante, llegue hasta el punto más alto de la isla y tuve una de las mejores imágenes del lugar, fue ahí donde conocí a dos franceses, Max y Maria, pasé toda la tarde con ellos hasta que se hizo la noche. Recién entonces me di cuenta que no había visto en ningún lado a Sol, que estaba dando vueltas por todos lados pero no la veía, subía y bajaba las escaleras para ver si estaba en el muelle, pero nada, por ningún lado, así que decidí ir a comer y a tomar algo con los franceses. Ese también fue un momento hermoso, porque hicimos una catarsis grupal de la vida de cada uno (con un tinto de por medio, obviamente) y cada uno comentó sus planes para los próximos años. Después de tomar y ya siendo bastante tarde se fueron y nunca más los volví a ver, ni a saber de ellos. A la mañana siguiente me decidí a encontrar a Sol, así que me pase la mañana entera recorriendo cada rincón de la isla (de lo que no me puedo quejar es de eso, la recorrí de punta a punta). Ya casi sin ánimos de encontrarla en la isla (y pensando que se había tomado una lancha para volver a Copacabana y de ahí para La Paz) fui a buscar un teléfono público para comunicarme con una chica paceña que podía tener información de donde estaba mi compañera de viaje. Pero fue una enorme sorpresa al entrar al teléfono y ver a lo lejos, adentro de una casa de comidas a mi amiga Sol ahí sentada (tenía unas orejeras negras que se podían reconocer a la distancia, eso ayudó mucho a la búsqueda). Me metí y nos abrazamos como dos personas que no se veían hacia un largo tiempo. Después de eso, en la tarde que nos quedaba fuimos al templo del sol para cerrar el viaje. Nos tomamos la lanchita querida y con un silencio tácito pudimos alegrarnos de habernos encontrado.

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