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sábado, 17 de abril de 2010

Medellín -Colombia-


Medellín, la ciudad que siempre se mira desde arriba, desde sus edificios, desde sus cerros, desde el metro que parece volar por encima de las ruidosas calles. Esta fue mi primera parada en la travesía colombiana y es el lugar en donde comencé a descubrir una nueva forma de mirar el mundo, con gente sencilla, con gente alegre y con ese ritmo rumbero que se puede encontrar en cada esquina de “Medallo”.
Mi estadía aquí prácticamente resultó ser de un mes, el mes de diciembre, donde pude conocer los barrios de las colinas, las subidas y bajadas de la city, la plaza Botero, Santa Elena, los museos y la alegría de fin de año con la Avenida de las luces que me introdujo en un mundo distinto al que había vivido hasta ahora, la amabilidad de la temperatura del lugar, y la fiesta, sobre todo la fiesta de finalizar un nuevo año y comenzar otra vez. Esto fue lo que más me sorprendió. Debo admitir además que esta es la tierra de grandes amigos, la tierra de Adri, de Jonathan, de Lau, de gente muy hermosa que pude conocer en su “hábitat natural” alejados de mi ciudad natal de La Plata (donde tuvimos nuestros primeros encuentros). Ellos me ayudaron a ver todo el panorama, a sentir los sabores y los sonidos de la ciudad, de la rumba, en definitiva ellos me ayudaron a vivir. Además tuve la oportunidad de conocer gente nueva como a Lina, la hermana pequeña de Adriana y a Adriana (o mama Adri), la madre de Jonathan una de las mujeres más nobles que e tenido la oportunidad de conocer.
Fue recién entonces cuando caí en cuenta todo lo que gente tan simple, gente sencilla, gente de la verdadera, puede hacer sentir. Mostrándose como es, sin necesidad de aparentar, sin necesidad de buscar ser algo que no es, y siempre con una sonrisa en sus rostros. Pronto volveré allí, necesito sentir otra ves el cariño de todo un pueblo, casi, casi, como si fuera un “paisa” más.

martes, 3 de noviembre de 2009

San Clemente del Tuyú, Buenos Aires -Argentina-

LA HISTORIA DE SANTOS VEGA

Dicen que el viento de la pampa argentina trae en sus brisas historias, ecos, susurros de leyendas y de pasados que se pierden a lo lejos del horizonte verde, por los pagos del sur.
En uno de esos hálitos de vida del pampero oí la historia de Santos Vega. Este relato se ancla en las regiones del Tuyú, que en las lenguas nativas significa tierra blanda, barros, debido a la característica propia de esa región cercana a la bahía de Samborombón y que hoy en día puede rememorarnos las vacaciones anuales de un gran número de porteños y bonaerenses.
Pues bien, en esos mismos lugares, muchos años atrás, cuando los animales y los espíritus gozaban de los jolgorios musicales en la salamanca y el diablo caminaba con poncho y botas por los límites de estas tierras buscando algún desafortunado para comprar su alma, fue cuando Santos Vega rondaba por las pampas.
Él era el mejor payador que la historia hubiera narrado, no se recordaba otro parecido siquiera. Desde todas las latitudes llegaban galopando otros payadores que, humillados, regresaban por el mismo camino por donde vinieron.
Santos Vega no tenía rival alguno y es por eso que cierta tarde aparece Don Mandinga (o el diablo, como más les guste) disfrazado como un hombre llamado “Juan Sin Ropa”, celoso y asqueado por este pequeño humano que tenía las coplas más hermosas y mejor improvisadas, decide retarlo a un duelo de contrapunto. Guitarra contra guitarra, canto contra canto, Santos Vega se jugó su alma en aquel duelo y estas son las coplas que lo rememoran:



Bajo el ombú corpulento,
de las tórtolas amado,
porque su nido han labrado
allí al amparo del viento;
en el amplísimo asiento
que la raíz desparrama,
donde en las siestas la llama
de nuestro sol no se allega,
dormido está Santos Vega,
aquel de la larga fama .

En los ramajes vecinos
ha colgado, silenciosa,
la guitarra melodiosa
de los cantos argentinos.
Al pasar, los campesinos
ante Vega se detienen;
en silencio se convienen
a guardarle allí dormido;
y hacen señas no hagan ruido
los que están a los que vienen.

El más viejo se adelanta
del grupo inmóvil, y llega
a palpar a Santos Vega,
moviendo apenas la planta.
Una morocha que encanta
por su aire suelto y travieso,
causa eléctrico embeleso
porque, gentil y bizarra,
se aproxima a la guitarra
y en las cuerdas pone un beso.

Turba entonces el sagrado
silencio que a Vega cerca,
un jinete que se acerca
a la carrera lanzado;
retumba el desierto hollado
por el casco volador;
y aunque el grupo, en su estupor,
contenerlo pretendía,
llega, salta, lo desvía,
y sacude al payador.

No bien el rostro sombrío
de aquel hombre mudos vieron,
horrorizados, sintieron
temblar las carnes de frío.
Miró en torno con bravío
y desenvuelto ademán,
y dijo: "Entre los que están
no tengo ningún amigo,
pero, al fin, para testigo
lo mismo es Pedro que Juan."

Alzó Vega la alta frente,
y le contempló un instante,
enseñando en el semblante
cierto hastío indiferente.
"-Por fin, dijo fríamente
el recién llegado, estamos
juntos los dos, y encontramos
la ocasión, que éstos provocan,
de saber cómo se chocan
las canciones que cantamos".

Así diciendo, enseñó
una guitarra en sus manos,
y en los raigones cercanos
preludiando se sentó.
Vega entonces sonrió,
y al volverse al instrumento,
la morocha hasta su asiento
ya su guitarra traía,
con un gesto que decía:
"La he besado hace un momento".

Juan Sin Ropa
comenzó por un ligero
dulce acorde que encantaba.
Y con voz que modulaba
blandamente los sonidos,
cantó tristes nunca oídos,
cantó cielos no escuchados,
que llevaban, derramados,
la embriaguez a los sentidos.

Santos Vega oyó suspenso
al cantor; y toda inquieta,
sintió su alma de poeta
como un aleteo inmenso.
Luego, en un preludio intenso,
hirió las cuerdas sonoras,
y cantó de las auroras
y las tardes pampeanas,
endechas americanas
más dulces que aquellas horas.

Al dar Vega fin al canto,
ya una triste noche oscura
desplegaba en la llanura,
las tinieblas de su manto.
Juan Sin Ropa se alzó en tanto,
bajo el árbol se empinó,
un verde gajo tocó,
y tembló la muchedumbre,
porque, echando roja lumbre,
aquel gajo se inflamó.

Chispearon sus miradas,
y torciendo el talle esbelto,
fue a sentarse, medio envuelto
por las rojas llamaradas.
¡Oh, qué voces levantadas
las que entonces se escucharon!
¡Cuántos ecos despertaron
en la Pampa misteriosa,
a esa música grandiosa
que los vientos se llevaron!

Era aquélla esa canción
que en el alma sólo vibra,
modulada en cada fibra
secreta del corazón;
el orgullo, la ambición,
los más íntimos anhelos,
los desmayos y los vuelos
del espíritu genial,
que va, en pos del ideal,
como el cóndor a los cielos.

Era el grito poderoso
del progreso, dado al viento;
el solemne llamamiento
al combate más glorioso.
Era, en medio del reposo
de la Pampa ayer dormida,
la visión ennoblecida
del trabajo, antes no honrado;
la promesa del arado
que abre cauces a la vida.

Como en mágico espejismo,
al compás de ese concierto,
mil ciudades el desierto
levantaba de sí mismo.
Y a la par que en el abismo
una edad se desmorona,
al conjuro, en la ancha zona
derramábase la Europa,
que sin duda Juan Sin Ropa
era la ciencia en persona.

Oyó Vega embebecido
aquel himno prodigioso,
e, inclinando el rostro hermoso,
dijo: "-Sé que me has vencido".
El semblante humedecido
por nobles gotas de llanto,
volvió a la joven, su encanto,
y en los ojos de su amada
clavó una larga mirada,
y entonó su postrer canto:

"-Adiós, luz del alma mía,
adiós, flor de mis llanuras,
manantial de las dulzuras
que mi espíritu bebía;
adiós, mi única alegría,
dulce afán de mi existir;
Santos Vega se va a hundir
en lo inmenso de esos llanos...
¡Lo han vencido! ¡Llegó, hermanos,
el momento de morir!"

Aún sus lágrimas cayeron
en la guitarra, copiosas,
y las cuerdas temblorosas
a cada gota gimieron;
pero súbito cundieron
del gajo ardiente las llamas,
y trocado entre las ramas
en serpiente, Juan Sin Ropa,
arrojó de la alta copa
brillante lluvia de escamas.

Ni aun cenizas en el suelo
de Santos Vega quedaron,
y los años dispersaron
los testigos de aquel duelo;
pero un viejo y noble abuelo,
así el cuento terminó:
"-Y si cantando murió
aquél que vivió cantando,
fue, decía suspirando,
porque el diablo lo venció".