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martes, 3 de marzo de 2009

Gualeguay, Entre Ríos -Argentina-

Todos los viajes dejan algo, alguna palabra, algún momento, alguna imagen grabada en la retina. Cada viaje tiene ese sabor particular que lo hace único y distinto a otro. De Gualeguay creo que me llevé además de momentos de alegría algunos fragmentos de sueños, sueños cotidianos, sueños que recorren el corazón cada día y que, a veces tímidos, se escapan en pequeñas frases. El viaje se inició el viernes 27 de febrero después de salir de la facultad de Bellas Artes, donde estoy haciendo el ingreso a diseño de multimedia me tomé el tren Gral. Roca para llegar a Buenos Aires. En este trayecto me acompañaron dos compañeras de la facu, Luciana y Cintia (que de pasada me recomendó un pueblo que voy a ver cuando paso por ahí), ellas bajaban en Berezategui, así que después de despedirme y de que Luciana me regalara un papelito con una frase de Cortazar seguí el camino hasta llegar a Buenos Aires. Ya en la capital nacional esperé en el barrio de chacarita, específicamente en la estación F. Lacroze para tomarme el “Gran Capitán”, ese tren que conecta a la Mesopotamia con Capital Federal. La verdad que ese viaje en tren fue una locura, una locura que valió la pena pese a la cantidad de horas que tuve de trayecto. En el tren conocí algunas personas realmente especiales, como Daniel y Rocío, su hija que eran dos quilmeños que iba para Concordia a despejarse un tiempo de la ciudad. Con ellos tuve una conversación filosófica muy especial sobre la objetividad y sobre la libertad, entre otras cosas (incluso aún con las diferencias importantes que teníamos en nuestros pensamientos), finalmente también pudimos disfrutar de ir por encima del puente Zarate Brazo Largo, donde sacábamos nuestras cabezas en el medio de la noche para ver ese hermoso río y sentir por un instante el viento que daba en nuestra cara. A otro personaje con el que pude charlar por un momento en el tren y que luego se bajó conmigo en Gualeguay fue un colombiano como de 60 o 70 años, José Alberto Mejía, más conocido como “el paisa”. ¡Este hombre si que tiene historia!, si mi idea de viajar por el mundo parece una locura, pues a eso súmenle la idea de viajar al mundo ¡pero a pie! Él pudo unir Colombia y Argentina totalmente a píe después de una enorme cantidad de años. Profundamente religioso el paisa me dijo que Dios fue quien lo ayudó en cada momento del viaje y lo salvo más de una vez en situaciones realmente complicadas. Ahora el paisa vive en Argentina, pero todavía sigue con la idea de recorrer el mundo, esta vez en bicicleta, con la idea de llegar hasta Israel, a la tierra santa, solamente con el sudor de su frente y de sus piernas. Casi fueron 10 horas de viaje hasta Gualeguay donde bajé y tipo seis de la mañana, sin siquiera haber salido el sol, me puse a recorrer la ciudad. Ya cuando pasaron algunas horitas trate de buscar a Pamela, una chica de Gualeguay con la que antes habíamos hablado en Irazusta (otro pueblito Entrerriano, en otro de mis viajes) pero sin resultados satisfactorios. Incluso las mujeres del museo municipal me ayudaron a hacer la búsqueda, llamando a la radio y preguntando a todo el mundo quien podía conocer al a chica, y tuvo sus frutos, porque una mujer me dio el teléfono de la casa, solo que ella no estaba en la ciudad. Después de eso, cansado de caminar con la mochila aproveché a dormir una de las mejores siestas de mi vida, al lado del río Gualeguay, debajo de un árbol y viendo ese paisaje increíble que tiene ese parque municipal. Para las cinco de la tarde más o menos volví a la ciudad sin saber muy bien que hacer, tenía como idea ir a la ruta y hacer dedo para ir a algún poblado cercano, pero hablando con un hombre en una panadería me convenció de que no me fuera porque esa era la última noche de carnaval. Y que bueno que le hice caso porque esa noche fue espectacular. Conocí en la plaza principal a un grupo de locos muy buena onda, artistas y viajeros como yo. Juan, “Iaio”, “Lala”, se me fueron presentando uno por uno. Juan me contó de sus viajes por toda Sudamérica, de sus paradas de meses y meses en alguna ciudad en las costas del caribe o en el medio de la selva boliviana. También ellos me contaron de un proyecto que estaban poniendo en marcha en Gualeguay, el merendero como ellos le decían, donde iban a uno de los barrios más marginados de allí para jugar al futbol, para darles la merienda a los chicos, para dibujar, para pintar, para hablar, para soñar con otra realidad. Eso también es increíble en Gualeguay, pese a ser un lugar medianamente chico se puede notar como en cualquier ciudad grande la enorme brecha entre los ricos más ricos y los pobres del lugar. “Acá se mueren por tener el último modelo de 4x4” me decía un chico que hacía unos meses que vivía ahí. Él era del conurbano, de Campana más precisamente donde el hambre y la marginación son cosa de todos los días por lo que también tuvimos una charla realmente interesante sobre los jóvenes, sobre la marginación, sobre la delincuencia, etc. Hablando y hablando se pasaron las horas hasta que llegó la noche. Iaio me invitó a ir al carnaval con él y algunos amigos más así que ni siquiera lo dude y le dije que si, de una. Ya en el corsódromo la fiesta fue increíble, no tanto por la gran estética, que igualmente la tenía y estaba muy bueno pero que no se comparaba a los carnavales de Gualeguaychú o Corrientes, sino que lo que le daba ese gustito extra era lo popular que era. Toda la gente participaba, todo el pueblo se sentía parte de ese carnaval, todos entraban a bailar al centro de la pista, en todos había alegría y eso realmente se percibía en el ambiente. Si-Si, Samba Verá, K’rumbay, eran las comparsas del lugar, y adornaban con sus colores y el sonido de los tambores a toda la ciudad. Gualeguay parecía hechizada por esa fiesta del carnaval, y hasta su entierro esto es el corazón de aquel lugar.





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