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miércoles, 18 de febrero de 2009

Potosí -Bolivia-

Llegué en micro, no son los mismos micros de argentina, no. Estos son pequeñas camionetitas estilo supositorio (de esas japonesas, coreanas, chinas) en la que uno va incrustado como pieza de tetris sin otro lugar por el cual escapar. El lugar no aparecía en lo circuitos turísticos, la verdad que no es muy conocido, solo me había enterado por algún rumor de Mariana “la morocha” (de Autostop Argentina) que me había llegado, vía msn, a mi cabeza. Ella me contó de este rincón, de este paraje a una hora de la ciudad de Potosí. El ojo del inca le decían, y era un pequeño paraíso termal entre las sierras andinas de Bolivia. La camioneta nos dejó en una localidad que se llama “Miraflores” un pueblito donde había unas cuantas casas y entre ellas unas cuantas piletas termales donde venían muchísimas familias a divertirse y a pasarla bien entre o todos. Al no poder venir con mi familia, yo improvisé una familia. Éramos tres locos, un chileno, su novia y yo que ya nos habíamos cruzado en el hostal y nuevamente en la camioneta. Tendrían 30 años, no estoy muy seguro, capas que la chica era más joven, pero bromeaban conmigo diciendo que era su hijo. Bueno, después de un buen rato en las piscinas decidimos ir a la verdadera y única fuente de agua termal natural del lugar. Estaba casi a media hora de caminata, y de apoco fuimos ascendiendo. Pasamos por colinas y escalamos algunas rocas grandes que dificultaban el paso. Como es de esperar nos equivocamos de camino, pero finalmente llegamos a la cima, al ojo del inca. En realidad era un cráter volcánico muy chico, donde el agua a mucha profundidad estaba rozando el magma volcánico y por eso salía a una temperatura muy agradable más o menos de 25 a 30 grados. También en la cima había dos o tres cabañas que había construido el cuidador del lugar, y un par de personas se hospedaban ahí. Hablamos con el cuidador que nos contó algunas historias “mitos urbanos” que rondaban con respecto a este misterioso lugar, muchos decían que el “ojo” había chupado a más de un nadador descuidado que pasaba por el centro del lugar. Pero el cuidador luego de decirnos esto contó que el siempre nada todas las mañanas por ahí y jamás sufrió nada de esto. El clima estaba medio raro (como todo el clima de Bolivia), llovía de a ratos y de a ratos no, así que nos pusimos debajo de un techito y sacamos las galletitas, los sándwiches de atún y queso, y por supuesto el vino. Después de comer (y muy bien) aparecieron dos personajes, dos chicos de Bolivia que al igual que nosotros recorrían el país, también estaba un chico alemán (creo que no hablaba una palabra de español y solo se limitaba a reírse de nuestros comentarios y chistes). Nos invitaron a tomar singani (una fuerte bebida blanca que se toma mucho en Bolivia), lo mezclaban con un poco de jugo de naranja, y poco a poco bajaba la cantidad de jugo, pero subía la cantidad de singani. Además teníamos que tomarlo de “fondo blanco” por que esa era la tradición, demás esta decirle que algo mareadito terminamos todos, pero entre chistes y buena onda se fue pasando. Ya cuando caía la tarde nos despedimos y con uno de los chicos de Bolivia decidimos cambiar los collares que teníamos (por cierto fue un error mío porque al final su collar no me quedó, ¡me cagaron!). De nuevo bajamos la colina y tomamos ese micrito estilo tetris, para volver a Potosí, la ciudad con calles de laberinto.

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